Por iniciativa de
la Asociación
Española de Amigos del lIbro Infantil y Juvenil, desde 1997, en
colaboración con el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, se celebra
cada 24 de octubre el Día de la Biblioteca, con el objetivo de
concienciar a la sociedad de la importancia de la lectura y como homenaje y
reconocimiento a la labor de los bibliotecarios/as.
Cada año se encarga a un
escritor y a un ilustrador, ambos de reconocido prestigio, la redacción del
pregón y el diseño del cartel que se difunde entre todas las bibliotecas de
España, asociados e interesados.
Este año las autoras seleccionadas son
Ledicia Costas y Elena Odriozola, Premio Nacional de Literatura
Infantil e Ilustración 2015, respectivamente.
Una luciérnaga es una
isla perdida en la noche más densa. Cien luciérnagas, una constelación
misteriosa que marca el rumbo hacia otros universos. Así, con esa estrategia de
luz, se organizan los libros que moran en las bibliotecas. Son caricias
fosforescentes que incendian los sueños y recomponen los corazones grises hasta
hacerlos recobrar su color rojo brillante. Cualquier individuo que padezca el
síndrome del corazón gris, debería ponerse en manos de un experto y visitar una
biblioteca.
Para escribir un
libro, además de hacer malabarismos con las palabras hay que ser una
desvergonzada o un loco. Un atrevido, una excéntrica descontrolada. Llevar un
calcetín de lunares, otro de rayas y los pelos de punta. Una cresta como las
que lucen las cacatúas sería un peinado muy interesante para un escritor. Solo
las mentes más disparatadas son aptas para escribir libros. Pero para
custodiarlas no es suficiente con tener un desajuste en los cables cerebrales.
Es indispensable ser de fuera. Un extraterrestre.
Las bibliotecas albergan
seres con antenas giratorias, cerebros millométricos que memorizan títulos
rebuscados, rimbombantes, campanudos. Las personas que custodian libros siempre
me han parecido criaturas singulares. Están dotadas de extremidades retráctiles
que estiran y estiran hasta alcanzar aquel volumen al que parecía imposible
acceder. A continuación, como si nada, se recomponen y todo vuelve a su
posición natural. Parecen seres humanos, pero a poco que les observes
percibirás que no son de aquí. Una de las cosas que más me fascina de los
bibliotecarios es su cerebro. ¡Me parecen tan listos! Los libros fabrican
pensamientos. Pasar tantas horas dentro de una factoría de ideas es bueno para
tener un corazón rojo y brillante y una cabeza repleta de planes fantásticos.
Alguien me han contado
que el 24 de octubre es el Día de la Biblioteca. Sería genial organizar una
fiesta con confeti y pompas de jabón. Celebrarla por todo lo alto. Me
encantaría vestirme para tal ocasión como el personaje de algún libro, sentarme
en la mesa de una biblioteca de la ciudad donde vivo y esperar a que fueran a
visitarme. En las bibliotecas puedes ser quien tú quieras. Desde Mary Poppins
hasta Matilda, Atreyu, Drácula o incluso Pippilotta Viktualia Rullgardina
Krusmynta Efraimsdotter Långstrump. Puedes ponerte botas de pelo, plumas,
zancos y sombreros. ¡Sombreros! ¡Eso es! Imagino a una pequeña lectora
acercándose a mí discretamente, atraída por los colores y formas de mi
sombrero:
—Sombrerera loca, ¡qué
fiesta más maravillosa! ¿Sería tan amable de servirme una taza de té?
Yo se la serviría con
mucho gusto, poniendo cara de mujer refinada, y luego ambas haríamos ruido al
tragar. Sonaría algo parecido a glup glup glup. Y antes de que nos diese tiempo
de romper a reír de forma desenfrenada, aparecería el bibliotecario, como
surgido de la nada, que para eso poseen la facultad de materializarse delante
de ti en el momento más inoportuno, y nos advertiría de que las bibliotecas no
son merenderos. Hay que reconocer que son únicos custodiando tesoros. Extraterrestres
con el corazón rojo y brillante. Qué cosa tan extraordinaria. ¡Feliz Día de la
Biblioteca!
(Texto: Ledicia Costas)
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