Hambre de palabras
Donde yo vivo, los arbustos se vuelven verdes a finales de abril o principios de mayo. Al poco tiempo, se llenan de crisálidas de mariposas, que lucen como vetas de algodón o algodón de azúcar. Las orugas devoran los arbustos hoja tras hoja, hasta dejarlos despojados. Cuando las mariposas salen de sus crisálidas, echan a volar, pero los arbustos no quedan arruinados. Al llegar el verano brotan de nuevo, y así una y otra vez.
Esta es la imagen de un escritor, la imagen de un poeta. Son carcomidos, agotados por sus historias y sus poemas, las cuales, una vez finalizadas, emprenden su propio vuelo, refugiándose en los libros y encontrando a sus lectores. Esto no deja de repetirse.
¿Qué ocurre con estas historias y estos poemas?
Conozco a un chico al que tuvieron que operar de los ojos. Tras la operación, pasaron dos semanas donde solo se le permitió permanecer recostado sobre su lado derecho, y después de aquello, otro mes donde no pudo leer nada. Cuando volvió a coger un libro, mes y medio después, sintió como si estuviera recogiendo palabras a cucharadas, casi comiéndoselas.
Y conozco a una chica que ahora es maestra. Me dijo: pobres de aquellos niños a los que sus padres no leían libros.
Las palabras en los poemas y en los cuentos son alimento. No alimento para el cuerpo, nada que pueda llenar el estómago. Son alimento para el espíritu y para el alma.
Cuando el hombre tiene hambre o sed, se le encoge el estómago y se le seca la boca. Busca encontrar algo para comer, un trozo de pan, un plato de arroz o de maíz, un pescado o un plátano. Cuanto más hambriento se encuentra, más se le estrecha la mirada; ya no ve otra cosa que aquello que pueda saciarle.
Sin embargo, el hambre de palabras se manifiesta de forma distinta: como una tristeza, una apatía, una arrogancia. Las personas que sufren de este tipo de hambre no son conscientes de que sus almas están tiritando, de que están pasando junto a sí mismas sin haberse percibido. Una parte de su propio mundo se les va de las manos sin ellos darse cuenta.
Este tipo de hambre es la que sacian los poemas y las historias.
¿Existe, no obstante, esperanza para aquellos que nunca han satisfecho esta hambre con palabras?
Sí. Aquel chico lee casi cada día. La chica que es maestra lee cuentos a sus alumnos cada viernes, cada semana. Si alguna vez se olvida, los niños no tardan en recordárselo.
¿Y qué ocurre con el escritor, con el poeta? Con la llegada del verano, volverán a verdecer. Y una vez más serán engullidos por sus historias y poemas, que acabarán volando en todas las direcciones, igual que las mariposas. Una y otra vez.
(Texto original: Peter Svetina. Traducción: Barbara Pregelj)
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