"Sucedió hace muchos años, una clase de latín. Sí, era el tiempo en que estudiabas griego y latín y hasta francés. Ese tiempo. El profesor se llamaba Solano y era un hombre de una intensidad bestial. Todavía resuena en mi cabeza su voz, siempre al borde del quebranto y hasta del alarido, pronunciando con acento tenebroso las inmortales palabras de Medea tras matar a sus hijos: «¡Medea nunc sum!». '¡AHORA SOY MEDEA!'.
Recuerdo su mirada enfebrecida, los ojos saltones, la mano levantada, mirándonos inquisitivo, fiero, como si fuéramos sus hijos agonizantes. Sus explicaciones, que nos dejaban boquiabiertos: «Medea no mata a sus hijos para vengarse; no hay ni un asomo de venganza en ese acto: los mata para SER, porque sólo una mujer sola, despojada de todo rastro de feminidad, de maternidad, una mujer que ha vuelto a ser YERMA, puede enfrentarse a la traición suprema del hombre que ama»....
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